La perspectiva estratégica se basa, principalmente, en el Modelo del MRI (Escuela de Palo Alto) y sus estudios sobre la formación, mantenimiento y solución de problemas humanos y la teoría de la comunicación humana que desarrollaron. Ésta  tiene una visión práctica de la intervención, como un proceso útil de resolución de problemas humanos, guiado y ajustado por el profesional a través de la comunicación con las personas usuarias, teniéndolas muy en cuenta. Entendiendo ‘problemas’ como la necesidad·demanda·queja·problema e incluso, resistencias en la misma intervención.

Para ahondar más en esta perspectiva, hemos entrevistado a nuestro experto en la materia: Carlos Albares Gómez;  psicólogo, supervisor y formador, psicoterapeuta breve estratégico desde 1989 y que en  la actualidad trabaja en supervisión y formación de profesionales de la ayuda y sus equipos, en los ámbitos social, psicológico y sociosanitario.

“Desde su amplia experiencia, ¿Cómo ha visto que la adopción de una perspectiva estratégica transforma la efectividad de las intervenciones profesionales? 

Tanto en la formación como en la supervisión que llevo a cabo, planteo que no es necesario ‘comulgar’ con la perspectiva estratégica para conseguir cambios útiles. Podemos escoger propuestas, recursos del lenguaje y técnicas más específicas de intervención como herramientas para ampliar nuestros modos de actuación habituales. 

Es frecuente que se opte por aquellas que facilitan el desbloqueo de la intervención y la movilización a los objetivos, ya que suelen ser los aspectos que más preocupan a las y los profesionales. Y es en ellos donde perciben diferencias y consiguen mejores resultados.

Creo que lo que más favorece esos resultados es la atención que, desde la ‘perspectiva estratégica’, se presta a las ‘resistencia’ que aparecen en la intervención y que se pueden dar tanto en las personas con las que trabajamos como en los propios profesionales.

“¿De qué manera cree que nuestros supuestos y prejuicios pueden sabotear nuestras interacciones profesionales, y qué estrategias podemos implementar para evitarlo?”

El cómo percibimos -con base en nuestros supuestos, sesgos, prejuicios- la intervención, nuestro papel en ella y el de las personas usuarias, condicionan nuestra relación con éstas y el proceso en sí mismo. Afectan tanto al modo de interactuar con la persona, como a los objetivos que nos planteamos en la intervención y la forma de alcanzarlos. En principio estos supuestos, no son ni ‘buenos’ ni ‘malos’. Creo que es la utilidad para la persona con la que trabajamos lo que marca la diferencia. 

Desde mi punto de vista, la revisión de los sesgos y prejuicios es necesaria tanto para cuidar y ser de utilidad a las persona usuarias, como al profesional (por ejemplo, para movernos en una sana ‘distancia emocional’). Suele ser complicado percibirlos en nosotros mismos, sin contrastar con otros profesionales o con los hechos que nos devuelven los procesos de intervención que hacemos y el impacto y las respuestas de las personas usuarias implicadas. Y esto precisa de capacidad de autocrítica y flexibilidad en las actuaciones.

En mi opinión, y hablando genéricamente, unos supuestos o principios que no ‘sienten cátedra’; estén dirigidos a la utilidad para el usuario/a y nos permitan una mayor maniobrabilidad, flexibilidad y agilidad en el cambio cuando una intervención no parece funcionar, serían los más adecuados y útiles para los profesionales.

“En un mundo lleno de programas de desarrollo profesional, ¿Qué habilidades de comunicación considera que son absolutamente indispensables para el éxito en la intervención?”

Como soy un pesado respecto a la importancia de las ‘resistencias’, porque las considero nucleares en la intervención, me centraré en habilidades y actitudes básicas de comunicación dirigidas a prevenirlas y/o abordarlas.

De modo sintético: Adaptabilidad a los cambios del proceso y la posición del usuario. Habilidad para detectar la aparición de resistencias. Practicidad (por ejemplo, utilizar de modo productivo las ‘resistencias’ de la persona usuaria, evitando que sean disruptivas). Oportunidad (por ejemplo, dosificar los comentarios ajustados al momento de la persona). Habilidad para encuadrar y reencuadrar las experiencias verbalizadas por la persona. 

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